SUTILEZA CLÍNICA DE LA CRISIS DE VIOLENCIA
SIGNOS DISCRETOS Y DESEO DEL ANALISTA
_Philippe Lacadée, ECF. AMP

Aquella mañana la madre de Juan, a quién yo recibo desde hace un año, comenzó a llamarme desde las ocho de la mañana para decirme que ella no puede más, que ella quiere que yo la reciba urgentemente porque su hijo Juan rompió todo en su casa. Yo le digo: «¿Sabe usted que está previsto que yo lo vea hoy a las 17hs?» , ella me dice : «lo sé pero ¡es imposible continuar así! , hay que hacer algo, él está de acuerdo para que yo lo acompañe hoy». Yo los recibo a los dos a las 17hs. La madre está muy enojada con su hijo explicándome que «ayer por la noche en medio de una crisis de violencia rompió todo». Él agrega «yo me enfurecí, me hice estallar la cabeza contra la pared para calmarme». La madre, insistiendo sobre la violencia de su hijo, dice que ella no la soporta más. «Todo mi entorno se queja de su violencia», debe haber una causa, es muy peligroso, y además me da miedo».

Yo decido examinar el significante «violento» asignado por el Otro e interrogar si esta violencia debe ser atribuida a un fracaso en el proceso de la represión o a una falla en el establecimiento de la defensa. Se trata de una violencia que puede hablarse y si éste es el caso resta saber lo que ella dice. Esta violencia ¿es de orden histérico, signo discreto de una psicosis ordinaria, o bien es de orden paranoico? Yo decido entonces ser muy minucioso en el análisis de las palabras de la madre y del hijo, proponiéndoles si pueden explicitar lo que ha sido «rompió todo». Y al mismo tiempo yo me pongo de pie y me acerco para examinar la cabeza de Juan. Entonces le digo «pero tu cabeza no tiene nada, yo no la veo estallada». La madre me explica entonces que su hijo ha roto el vidrio de una mesa golpeando con el puño y que luego él derribó la puerta de su habitación dándole un golpe de puño. «Usted sabe, ésta no es la primera vez, en la escuela también un día, por culpa de su amiga Léa, enojado, él se luxó el puño golpeando la puerta del baño. Ve usted que él es violento con él mismo, él se golpea y yo estoy cansada de que rompa todo». Yo les digo que hay veces que hay que poner atención a las palabras que uno usa porque de no hacerlo no se aprehende bien lo que ha sucedido. Juan precisa entonces que él no se estalló la cabeza sino que se golpeó la cabeza contra el muro para calmar su arranque de violencia. «Ah, has tenido un arranque de violencia. Puedes explicar ¿cómo llega ese arranque de violencia?». «Sí, sube y la única manera de pararlo, es mi tendencia a los puños». «Explíqueme: ¿mi tendencia a los puños?».

«Empieza desde lo bajo del vientre, y luego eso va: me toma, me llega a todo el cuerpo, la garganta, se fija en mí, eso cosquillea en los brazos, mis brazos se endurecen, como con convulsiones y la única forma de pararlo, es golpear con los puños para extraer eso».

« ¿Extraer qué? »

« Es como algo en demasía, como fijado en mí, enormes cosquilleos. »

« ¿Pero es agradable el cosquilleo? »

« No, en realidad es cólera, lo que cosquillea el cuerpo, son las reflexiones que se me hacen. Las guardo para mí, en mí, y luego eso desborda mi cuerpo y sale por los puños.»

Además, él percibe que ha pasado a un registro muy diferente a partir del momento en que se golpea la cabeza contra el muro. Allí es bien sobre el muro, el muro del lenguaje, que él ha estallado su cabeza, lo que él ha vivido en lo real de la lengua a falta de una posible metáfora. Aquí parece que este fenómeno traduce entonces el fracaso del proceso de defensa, y es por ello que yo he intentado yendo a mirar su cabeza, un proceso de extracción de goce en exceso.

Sobre éste punto, la violencia de Juan parece ser aquí la marca de que la represión no ha operado. No parece así ser el sustituto de la pulsión, sino por el contrario, la satisfacción de la pulsión de muerte bajo el modo de la tendencia a la agresión que Lacan diferencia de la intención de agresión.

Juan nos dice que no habiendo podido decir nada en aquél momento, no puede repetir sus palabras, «es como una pulsión, viene y se va». El trata sin embargo, apoyándose sobre mi desplazamiento hacia él, de hacer un esfuerzo de traducción sobre aquello que le parece iniciar esa irrupción de violencia. Son las palabras dichas por su madre que muy seguido lo lastiman, sobre todo cuando ella le niega algo. Pero son sobre todo las reflexiones de su madre, sobre su trabajo escolar que dan vuelta en su cabeza y que se transforman en él, como si él mismo se dijera «eso que haces es una mierda, si no trabajas, no llegarás a nada». Lo que lo enfurece a Juan es el hecho de que las observaciones de su madre le toman el cuerpo como si las tuviera en él, mientras que precisa que "son las suyas y de golpe me encuentro con ellas en mí, y esto me hace enfurecer, estallar". El no comprende las observaciones de la madre más aún cuando él le muestra que sí llega a algo. "Tengo buenos resultados pero es verdad que no repaso en mi casa, porque para mí es tiempo perdido, porque yo escucho en clase, tengo una memoria excelente, y esto basta pero ella quiere que salga de mi pantalla y que revise, entonces por la tarde confisca mi teléfono celular".

Pero sobre todo en éste momento, se le niega a ver a su amiga Léa y salir por la ciudad con ella. Y más a la tarde le toma su celular para que no se telefoneen en toda la noche. Es sobre todo esta negativa de su madre, sumada a su modo de decírselo, que lo violenta. Es esa negativa que no puede simbolizar. Le falta allí el operador del lenguaje mismo, es decir, la palabra (voz). Entonces es el advenimiento de un goce fuera de dirección en él y la violencia el intento de separarse de eso.

Juan va entonces a explicar muy bien que no soporta el tono de la voz de su madre, su modo de hacerle reflexiones. Siente en su entonación el hecho de que lo trata como a un perro que debe obedecer. Se siente entonces "profundamente humillado". ¿Hay allí un rastro discreto de paranoia? Porque se siente perseguido por esta voz que parece predicar sobre su ser. Sentimos allí que cuando su madre le habla, esto habla de él, incluso esto habla en él. Pero, de hecho, Juan va entonces a ser más preciso aún. Va entonces a dirigírsele y a decirle que huele en aquella voz, el hecho de que ella no es feliz, más aún cuando les dijo un día a sus hijos que había sacrificado todo, su carrera, su vida de mujer para criarlos, ella sola. Entonces le dice que no comprende por qué ella no es feliz, que esto, para él es insoportable, que ella debería rehacer su vida, tener un compañero y sobre todo intentar de nuevo su maestría en letras, para ganar más y dejar de quejarse delante de ellos de su vida. "Quisiera estar orgulloso de ella pero ella no está orgullosa de sí misma, no se quiere y eso no lo soporto. Cuando me prohíbe sacar provecho de la vida, salir a ver a mi amiga, jugar sobre mi celular, es su modo de decirlo lo que me enfurece. Entonces, tengo esta crisis de violencia que me empuja a romperme y a golpearme para detener lo que pasa en mí. Yo no tengo ganas de hacer como ella, no sacar provecho de la vida y ella me condena a ser como ella". Así precisa que quiere a su madre "pero siento que ella no se quiere entonces no quiero ser como ella, y de golpe no me quiero así y pego para detener eso". Con Juan podemos hacer la hipótesis de que inmersa en una clínica bajo transferencia, -allí donde la palabra permite direccionar y dar alojamiento- tal violencia dicha extraordinaria encuentra su sitio en el registro de una sustitución de la satisfacción no advenida de una imposible demanda de amor al otro y se revela como un síntoma ordinario.