EL AMOR A “UN CUERPO”
_Angelica Marchesini

Sabemos que en el análisis no se trata sólo de la palabra, sino de las palabras que afectan al cuerpo. Y es con ese cuerpo con el que el sujeto establece una relación de pertenencia o no, algo que -según Miller- “tiene que ver con el amor; no el amor al padre, sino el amor propio, en el sentido del amor del Un cuerpo”[1].

Si, tal como nos señala Lacan, el “Un cuerpo” es la única consistencia del parletre, es eso mismo lo que el niño trae al análisis. El último Lacan introduce el Uno en su anterioridad al Otro, a los otros, a la familia. El sujeto es pensado a partir de los tres registros y en el lugar del Otro, Lacan ubica al cuerpo. No el cuerpo del Otro, sino el cuerpo propio que Lacan llama “Un cuerpo”.

El recorrido analítico nos hace pasar por el amor para dirigirnos al goce, y es a lo largo de ese tránsito donde se le da al cuerpo una función más elevada, una experiencia que no se limita a lo simbólico. Poco a poco, el niño va aprendiendo a abandonar el polimorfismo pulsional original para ir localizando las pulsiones en torno de las zonas erógenas del cuerpo. ¿Producto de qué es ese niño? ¿Cuáles son las condiciones que intervienen para que tenga la pertenencia del “Un cuerpo”?

Ante todo, en cada uno de los padres se juega la dialéctica entre el amor y el goce, una dialéctica que tendrá consecuencias sobre su hijo. La asunción del sexo de los padres es una condición que abre la posibilidad de abordar la maternidad para la mujer y la paternidad para el hombre. En R.S.I., Lacan nos dice que "un padre sólo tiene derecho al respeto y al amor, si hace de una mujer objeto a, causa de deseo, […] es decir que la causa de su deseo sea una mujer a la que él le ha otorgado hijos y que a éstos, los quiera o no, les dé un cuidado paternal". Los padres intervienen en la constitución del niño como significantes: uno como nombre; el otro, como significante de un deseo.

El deseo del padre está articulado a una mujer no como madre, sino como causa de su deseo. Esto será lo que le permita a un hombre -en este caso, al padre del niño- acceder a su función de padre. Desde la perspectiva de los padres, la relación entre el amor y el goce tiene efectos para sus hijos. Esas relaciones se corporizarán en los avatares subjetivos que tomarán forma en ese hijo y en ese cuerpo, ya sea que le pertenezca o no.

El amor conlleva una experiencia de goce, y es eso lo que se escucha en la entrevista con los padres, o a partir de los enunciados del mismo niño. En la instancia de la clínica es donde nos damos cuenta del alcance de las palabras de los padres sobre el niño analizante y sobre su cuerpo. Es en los dichos de ese niño donde podemos entrever el lazo de los padres, e identificar las condiciones de goce en el amor. Uno hace del Otro un objeto a, que le otorga una satisfacción pulsional y, de esa forma, accede al objeto de las pulsiones a través de la vía del amor.

En esos Otros paternos se alojan los significantes amos que ordenan la vida de cada uno e inciden en el niño. La mayoría de las veces, esos S1 son los que el niño toma prestados. Como partenaires, los padres pueden encarnar la falta o entrañar una presencia de goce. La respuesta de Lacan está contenida en el Seminario XX[2], en las fórmulas de la sexuación, en el capítulo de “La carta de almor”. Lacan define al almor como la conjunción entre alma y amor, y propone retomar el hecho de hablar de amor y ver de qué modo el cuerpo participa en el amor.

En verdad, el tema del amor varía según la sexuación, y eso nos lleva a preguntarnos cómo se las ha arreglado cada uno de los padres, y cómo han hecho para inscribir el cuerpo y el goce en relación con el significante fálico, ya que un ser sexuado masculino ama diferente que como lo hace un ser sexuado femenino. El masculino arranca del Uno, que se repite y se cierra en una satisfacción fálica, anudada a una mujer tomada como objeto a, un amor un poco mudo, que ama desde el fantasma.

Las mujeres, en cambio, son más proclives a hablar de amor. La mujer madre habla de amor a su partenaire y a su hijo. Sin embargo, la madre no es sólo amor: hay un amor de madre, que Lacan diferencia del deseo de la madre

Así, el análisis consiste en una operación de separación, en la que el amor de la madre no funciona como mediador, sino que opera como su división. Para eso, es necesario que su amor de mujer sea referido a un nombre de hombre. Al hablar, ella le proveerá al niño los significantes que irán organizando su cuerpo pulsional. Por eso, para que lalengua se encuentre con el cuerpo y se encarne, es necesario que ésta sea introducida por la madre. Es esa lengua materna la que se corporiza y afecta al cuerpo de goce. ¿Juega entonces el padre un rol de mediatizador del vínculo de la madre con el niño? Según Lacan, es necesario que lalengua materna tenga en su horizonte la lengua del padre para que la malentienda[3].

Finalmente, el amor termina siendo resultado de un asunto de castración. Lo que la experiencia analítica nos enseña es que la demanda de amor se dirige a un Otro en la medida en que esté castrado. ¿La madre está marcada por una falta? ¿Está dividida por un objeto que causa el deseo? La conexión entre el amor y la castración muestra que el estado amoroso no es una satisfacción narcisista. De ello se desprende que el niño no debería ser su rehén fálico, y que la madre sea toda para su hijo, que no la sature.

Cuando algo se juega como padres entre un hombre y una mujer, lo que se pone en juego es la castración. ¿El niño es el fruto de un encuentro amoroso? ¿El Otro lo inscribió como sujeto con un cuerpo y lo contó en su falta? ¿Encontró en el Otro el deseo por él? Hay casos en los que el síntoma de los padres de dimensión de goce autoerótico no se abre verdaderamente a la dimensión del amor. A partir del Seminario XXI, Lacan define al amor como aquello que hace nudo, como medio entre dos registros que, de por sí, no tendrían la menor relación.

Llegados a este punto, nos preguntamos ¿cómo es que en el niño se articulan el cuerpo y el Otro? Según Eric Laurent[4], la cuestión es “pasar de un régimen de inconsciente basado en la identificación, en una modalidad del saber en el que el niño se identifica con el Otro por amor-odio, a un inconsciente hecho de equívocos mediante los cuales el cuerpo descifra el traumatismo”…Para Lacan, lo primero es el cuerpo, ese cuerpo marcado por el trauma.

Lo que buscamos en la práctica misma del psicoanálisis apunta a que el niño deje de ocupar el lugar de objeto causa del Otro y sea la causa de su propio deseo. De esa forma, el niño podrá constituir su síntoma, condensando el deseo de la madre y el S1 del padre. La estrategia analítica busca atrapar el inconsciente, de modo de que el cuerpo pueda descifrar el traumatismo de lalengua, ese encuentro entre las palabras y el cuerpo.

Esa afectación del cuerpo tomará como vehículo a las palabras que, con su carga libidinal, se habrán ocupado de organizar el cuerpo que porta el niño. Si nos preguntamos cómo el cuerpo ha entrado en juego en el amor, debemos respondernos que lo hizo de la mano de esas palabras que fueron el sostén de los pensamientos sobre el cuerpo. De esa construcción depende la capacidad del niño de amar a sus otros.

El sin salida del amor de los tiempos en que vivimos, los síntomas modernos, los desamores de las parejas contemporáneas, la fatalidad de estar en este mundo sin amor, sin un deseo del cual aferrarse, son todos efectos de cuerpos que se agujerean, que se cortan y se mortifican. En el análisis de niños y adolescentes se produce una transmutación en la que la pasión pasa a ser deseo, y en la que dan un consentimiento a su condición de amor.

Por eso, se torna necesario apostar al amor de transferencia, a eso que en Televisión Lacan propuso como “algo nuevo en el amor” para, de ese modo, poder llegar al amor propio, en el sentido del amor a Un cuerpo.

NOTAS

  1. Miller, J.-A.: La ultimísima enseñanza, Buenos Aires, Paidós, p.108.
  2. Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, 1991, Buenos Aires.
  3. Laurent, E. El niño y su familia. Colección Diva, 2018, Bs As.
  4. Laurent, E.: El reverso de la biopolítica, Buenos Aires, Grama ediciones, 2016, p. 77