EL ESPEJO TRANS
_Nieves Soria

Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; pero ahora que ha muerto, ¿qué ocurre con la imagen del hombre, de dónde se sostiene? Es allí que emerge, como señalaba Lacan, este nuevo Dios, la ciencia, que, al metamorfosearse en tecno-ciencia por su alianza con el mercado, se constituye en un diosote, un Godot que, como sabemos, nunca llegará a suplir el bautismo de la nominación paterna. Este vacío en el campo de la nominación se trasladará, entre otras consecuencias, al campo de la experiencia del parlêtre contemporáneo con su cuerpo.

Pero vayamos al estadio del espejo, ése que posibilita, como indica Lacan en "La tercera", que el cuerpo entre en la economía del goce a través de la imagen[1]. Puede ocurrir que éste nunca llegue para el sujeto, como sucede en ciertos casos de autismo. Pero lo que ocurre en la clínica de la transexualidad es que el infans, si bien se reconoce en la imagen que encuentra en el espejo, no se identifica con ella. La jubilosa asunción de esa imagen, que conllevaría una satisfacción libidinal, no se produce. El sujeto rechaza aquello que el espejo le devuelve. Podríamos evocar aquí el término de falo muerto con el que J.-A. Miller nombró el estatuto específico del narcisismo gidiano, el narcisismo de un sujeto, quizás amado en un cierto sentido, pero no deseado. Se opera una cierta unificación, un anudamiento del parlêtre como uno, pero esta operación no conlleva una vivificación en el campo del goce.

En el paradigma edípico podemos situar al Deseo de la Madre operando en ese primer espejo que es el espejo cóncavo, allí donde el niño viene al lugar de lo que a ella le falta, el falo. Y será esa misma falta la que se desplazará hasta dar lugar a la intervención del Nombre del Padre en ese segundo espejo plano, que posibilitará extraer el objeto a de la realidad, para que éste opere como marco de la misma. Así, el marco fantasmático operará como pantalla, en una función de mediación, tanto con la imagen del propio cuerpo como con aquella del semejante, posibilitando al sujeto -como señalaba Lacan en el Seminario 11- jugar con la máscara[2], sin quedar pegado a ella.

La clave de esta operación constitutiva del nudo del parlêtre es esa falla estructural, esa prematuración del cachorro humano en la que se manifiesta la pérdida del instinto por su ser de lenguaje, esa falta de instinto que es también esa falla estructural que impedirá que en el hablante macho y hembra se complementen. Así, lo real de la castración es la inexistencia de la relación sexual, que obliga a pasar por el único significante disponible para el sexo en el lenguaje del parlêtre. Sus nombres, Freud nos recuerda, son el sexo y la muerte.

La mutación capitalista del discurso del amo está dando lugar a un nuevo paradigma en el que la tecno-ciencia, vehiculizada por el mercado, ofrece la ilusión de reparar esa falla estructural, tal como señala Dany-Robert Doufour en On achève bien les hommes. De quelques conséquences actuelles et futures de la mort de Dieu[3]. Promete al parlêtre curarlo de esos inquietantes agujeros que lo acechan, el sexo y la muerte. En esa perspectiva, Lacan se pregunta en "La tercera" si la ciencia llegaría a colmar el campo del goce del Otro[4], inexistente a causa de esa falla estructural. Es en esa vía -de la que el transhumanismo se presenta como el planteo más radical- que el discurso de género encuentra su orientación, como lo prueba, entre otras muchas cuestiones, que Simone de Beauvoir escribiera El segundo sexo[5]cuando se estaba terminando de probar la pastilla anticonceptiva, o que el Manifiesto contrasexual de Preciado[6] tenga como base el Manifiesto para cyborgs, de Donna Haraway[7]. Al punto que Butler, con la honestidad intelectual que la caracteriza, llega a preguntarse: "Y si las tecnologías del cuerpo (quirúrgicas, hormonales, atléticas) generan nuevas formas de género, ¿lo hacen precisamente para conseguir una mayor habitabilidad del cuerpo o constituyen su peligrosa desaparición?[8]".

¿Qué consecuencias en el espejo de la forclusión de la castración propia del discurso capitalista?[9]

Recordemos que el pasaje del plus-de-gozar a la plusvalía operado por la mutación capitalista del discurso del amo implica una contabilización que obtura la dimensión negativa de ese plus, que en su origen es un resto, un menos, el objeto perdido freudiano, la falta estructural de un goce absoluto. Es en esa vía que debemos interrogar en primer lugar el estatuto del Deseo de la Madre en su articulación con la falta en la época actual. El niño por venir, ¿le hace falta al Otro materno?, ¿qué nombrará su nombre?

En su Seminario 12 Lacan plantea la íntima relación entre el nombre propio y la falta: "es decir que él puede faltar, que él sugiere el nivel de la falta, el nivel del agujero, y que no es en tanto que individuo que me llamo Jacques Lacan, sino en tanto que algo que puede faltar, mediante lo cual ese nombre tendrá que recubrir otra falta" [10]. El infans adquirido en la lógica de la mercancía no llega a hacerle falta al Otro, sino más bien a suturarla. Cuando eso ocurre, puede quedar atrapado en el espejo anoréxico, o en el espejo trans, que en muchos casos constituyen un mismo espejo, simultáneo o sucesivo.

El rechazo de la castración es correlativo del rechazo del falo, ya que no hay falo sin castración. Una función fundamental del falo es ofrecer una primera identificación que da cuerpo, otorgando el sentimiento de vida, el jubiloso ajetreo con el que el infans se erige como yo ideal al venir al lugar del Ideal del yo en el deseo del Otro. Recordemos que Lacan planteaba en el Seminario 22 que el falo es lo que da cuerpo a lo imaginario, ya que es la consistencia de lo real[11]. De allí la extensión de la dimensión mortificante en la relación del sujeto con su cuerpo en la clínica actual, palpable particularmente en la práctica con niños, púberes y adolescentes. Lo trans se constituye así como una nueva solución prêt-à-porter, que funciona como una identificación prevalente en tiempos de la masa hiperconectada, sin líder/padre. Esta solución dará lugar a un pathos distinto del pathos edípico, ya que se trata de un padecimiento desabonado del inconsciente, que se juega en el campo del simulacro y no en el del síntoma, poniendo a prueba el deseo de invención que habita al deseo del analista.

NOTAS

  1. Lacan, J. (1974). "La tercera", en Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1988, p. 91.
  2. Lacan, J. (1964). El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.Buenos Aires: Paidós, 2010, p. 114.
  3. Dufour, D. R. (2005). On achève bien les hommes. Denoel.
  4. Lacan 1974 op. cit., p. 107.
  5. de Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo. Madrid: Cátedra, 2005.
  6. Preciado, B. (2002). Manifiesto contra-sexual. Madrid: Opera Prima.
  7. Haraway, D. J. (1985). Manifiesto para ciborgs.
  8. Butler, J. (2004). Deshacer el género. Barcelona: Paidós, 2006. p. 287.
  9. Lacan, J. Hablo a las paredes. Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 106.
  10. Lacan, J. (1964-65). Seminario 12. Inédito, clase del 6 de enero de 1965.
  11. Clase del 11 de marzo de 1975.