Eric Laurent propone leer las pasiones del ser (amor-odio, ignorancia o indiferencia), pasiones de alienación al Otro, a partir de las pasiones del alma, pasiones de separación, aquellas en las que el parletre se corta del Otro (serie que privilegia la tristeza y la manía). En la práctica psicoanalítica con jóvenes encontramos modalidades de presentación que acentúan la tristeza, que suelen oscilar con estados hipomaníacos proclives al acting out y/o al pasaje al acto. El despertar puberal conmueve los semblantes infantiles, el lazo con el cuerpo propio, con el Otro y con los otros. Se trata de un intenso trabajo de duelo que pone en jaque la función del objeto a como causa de deseo. Podemos hablar entonces de una nueva separación ¿Y si es así, el joven entristecido no sería aquel que se ve confrontado con el agujero en lo real que se ha abierto a sus pies y lo ha sumido en el desamparo? Como señala Diana Chorne, la tristeza es un afecto que constata la dignidad del sujeto en duelo. Sin embargo, los jóvenes que recibimos aquejados de tristeza, apasionadamente tristes, presentan fenómenos de mortificación en el cuerpo (cortes, anorexias, bulimias), ideación y/o tentativas suicidas, inhibición en el lazo y respecto del saber. Rechazo del inconsciente, con retornos de goce, que afectan intensamente el sentimiento de vida, la regulación de las funciones, la homeostasis vital. Esta tristeza se enmarca en lo que Lacan señala en Televisión. Padece tristeza aquel que renuncia a bien decir su padecimiento en beneficio de un goce que lo mortifica. Se trata de la cobardÃa por la que se retrocede frente al deseo de saber del inconsciente. En una época en la que impera la fragilidad de lo simbólico y el empuje a gozar de objetos imaginarios, de imitación, que procuran satisfacciones ilusorias, hallamos frecuentemente sujetos extraviados respecto de su deseo y en mayor o menor medida expuestos a un goce sin límites, a un goce mortífero.
La ética del psicoanálisis apuesta a generar un espacio para el serhablante que sufre. Alojar la singularidad del dolor de existir que violenta el cuerpo y el sentimiento de vida, dando lugar a que se instale la transferencia, es preliminar a un tratamiento posible. Se trata de intentar conmover la increencia en el Otro, erosionando el rechazo al inconsciente y/o mitigando las irrupciones de un goce imposible. Así una jovencita sumergida en una intensa tristeza y desamparo a partir de un cataclismo familiar, sufre y se identifica al significante loca que la hace Una con el Otro materno cuando se le imponen ideas de matarse. Ha perdido los lazos con la escolaridad y los amigos. Insomne, deja de comer, se autoagrede con cortes en el cuerpo y se culpabiliza por el derrumbe familiar. Habrá que esperar la oportunidad de sorprender al goce mortificante, cuando la transferencia se instale. El uso en sesión de un objeto de la época -la computadora-, de su lengua: internet, da paso a la apertura del inconsciente. El secreto de goce se pone en juego en la experiencia. Una ficción en la que se reconoce enamorada de un personaje muerto: un amor imposible. La perspectiva de locura cae sobre el amor al muerto. La intervención analítica destaca lo vivo del personaje y de la novela construida, tendiendo a reducir el goce de la locura y destacando el lugar de pantalla de la ficción. Se produce un giro vivificante del amor al muerto en la línea paterna.
Se inicia así el develamiento de la armadura del amor al Padre y se anima el deseo de saber. La vivificación del amor al padre, el amor como partenaire del sujeto, se desplaza a enamorarse de un chico de su edad.
La tristeza ha cedido paso al amor y al saber y las experiencias de goce abrirán otros interrogantes al sujeto. En este caso, retomando el planteo de Miller, el amor y el saber han operado como máscaras para velar el puro deseo que Lacan nombra como dolor de existir y podríamos adscribir a la presentación melancólica con la que la joven llega a la consulta.
Otra adolescente nos interroga en una vertiente diferente de la melancolización. Sin el amparo que otorga el discurso establecido, el odio pasional, un rechazo radical hacia el Otro parental, irrumpe simultáneamente como un odio sin límites hacia ella misma. La analista se hace depositaria de innumerables escritos, que describen y fechan un dolor imposible de soportar. Identificada al desecho solo encuentra cierto alojamiento en la experiencia analítica, que alivia transitoriamente el goce a la deriva que la afecta en el cuerpo y en el pensamiento. La respuesta posible del sujeto al borde del pasaje al acto suicida es en este caso, la autointernación.
La práctica analítica con jóvenes, nos ha conducido a localizar el amor y el odio que singularmente se anidan, de diversos modos, en el serhablante apasionadamente triste. La apuesta del analista, su presencia, renueva el desafío de conmover la fijeza del goce en exceso que padece el sujeto apasionado dando lugar a un goce posible, a un goce vivible.
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