Cada época requiere una lectura del malestar en juego en los síntomas que se presentan. Sin esta lectura, difícilmente encontraremos la posición que nos corresponde para extraer de ella una orientación.
Es en esta línea que se encuentra el texto[2] de Daniel Roy, y por eso, en Brasil, lo hemos tomado como orientación. Es un esfuerzo de lectura de aquello que se presenta en el consultorio y de manera general en la vida: niños terribles... padres exasperados…
Roy se sirve de aquellas referencias de Lacan que a veces pasamos rápidamente, y es una oportunidad para detenernos en ellas, introduciendo una nueva lectura. Nueva, no en el sentido de innovador, pero a la luz de lo que se presenta nos vemos obligados a un decir mejor, a aportar al discurso analítico como tal[3].
En la NRC de Brasil, este tema se circunscribió bajo el título De la sexuación: el niño y sus padres.
Después de algunos años tomando como orientación la formulación de Lacan sobre la sexuación en el niño, pudimos ubicar la importancia de la relación del niño con un goce que le escapa. El lugar del cuerpo como alteridad.
El psicoanálisis nos enseña que la asunción de una posición sexuada se da a lo largo del tiempo, y se producen reelaboraciones. Se trata de considerar el tiempo del niño como un tiempo de construcción, el tiempo de comprender lo que le sucede en el cuerpo. Donde el decir del sujeto captura algo de ese goce y no se cierra en un dicho. Una construcción que no está exenta de invención, puesta en juego en cada uno, y que no es para todos.
Aprendimos que eso que llamamos goce introduce un desorden en el cuerpo del parlêtre, es inarmónico para él. Desde temprana edad, cuando el goce irrumpe en el cuerpo del niño, introduce un enigma del cuerpo sexuado, no sin malestar, perplejidad o angustia. Los síntomas son la marca singular de una respuesta encontrada por el sujeto.
De ahí se desprende la posición del analista, que no apunta a corregir, ni a "normativizar"; de lo que se trata es de acompañar al sujeto en su intento de nombrar un goce que excede su cuerpo.
Cada vez parece más necesario introducir un tiempo que permita a los niños y adolescentes experimentar sus invenciones y construcciones, sin que éstas adquieran un carácter de patología o de empuje a un "así es él". Y eso no se hace sin los padres. Lo cual abre al impacto que los discursos actuales tienen sobre los niños y sus padres. Si con la sexuación encontramos que el niño se enfrenta a un insoportable que proviene de su propio cuerpo, también hay un insoportable para los padres. Alojar a los padres, poder extraer el punto de angustia que los lleva a la desesperación. Es casi como si un tiempo hubiera sido saltado para los padres también. Insoportable para cada uno, sin que eso se circunscriba en un decir singular. Sin siquiera formular una pregunta al respecto.
Podemos decir que este tema nos introdujo a algo que sucede de manera cada vez más evidente. Padres que no saben qué hacer con sus hijos; retomando un significante de Miller: desbrujulados[4]. Están al límite. Pero también niños que parecen no tener límites.
Hay algo en el guión, puesto por Roy en el título, del que podemos servirnos. No es solo el niño terrible y los padres que no saben qué hacer. Entre uno y otro hay un lazo de unión y separación, en el mejor de los casos. Una forma singular de hacer familia. Lo insoportable en y del niño marca este callejón sin salida. Pero vale decir, lo insoportable del niño para los padres no es simétrico a lo insoportable para el niño. Hay que encontrar eso en cada uno. ¿Cómo acoger el sufrimiento, la exasperación o la angustia de los padres? ¿Y cómo alojar los síntomas de los niños?
Pero, ¿quiénes son los padres? La propia Judith Miller[5] ya indicaba que actualmente no se sabe bien quién es el adulto, el niño y el adolescente. Y Brousse[6], destacó que con el término parentalidad se diluye la diferencia entre padre y madre, aspecto que no es cualquier cosa para un niño.
Entonces, ¿quiénes son los padres? O, ¿qué hace familia para este niño que aparece en nuestros consultorios?
Laurent, en Institución del fantasma, fantasmas de la institución[7] subraya que no hay niño sin institución, no hay niño solo, a pesar de lo que se desea como un ideal del capitalismo. No hay niño sin institución, y la familia tiene ese estatus. Si la familia tiene la función de institución del fantasma, son otra cosa los fantasmas de la institución familiar.
Laurent señala que a menudo se ha centrado en la familia como padre y madre, pero esto es problemático. El punto al que debe dirigirse nuestra mirada, como analistas, es al carácter opaco de la familia. ¿Qué quiere decir el carácter opaco? No solamente aquello que se transmite y cómo cada uno ocupa su función. La dimensión simbólica de la familia es importante, pero hay que tener cuidado porque fácilmente se puede caer en una idealización de sus formas. Otra cosa es orientarnos por la opacidad que tiene en cuenta lo real que funda el lazo. Para Glissant, "Lo opaco no es lo oscuro... Es lo irreductible, que es la más vívida de las garantías de participación y confluencia".[8]
Es hacia este punto de opacidad donde debe dirigirse nuestra mirada. Ser orientados por aquello que de lo real del goce está en la base de eso que llamamos familia. Es en este sentido que Laurent afirma: "La familia moderna parece ser del orden de la holofrase" y es fundamental destacar el carácter "extremadamente opaco y misterioso" de lo que se llama familia.
La idea de holofrase es tomada por Laurent de un fenómeno aislado por los lingüistas[9]. Alexandre Stevens[10], que trabajó este tema en detalle, toma un ejemplo de los lingüistas: la palabra francesa unjustifiable – que aglutina prefijos y sufijos de forma compleja, y sólo pueden ser aprehendidos, si separados, mediante el uso del guión in-just-if-i-able. Son residuos que al articularse forman una palabra. El guión introduce la separación, destaca los elementos en juego y su articulación. Es necesario hacer este esfuerzo por situar los elementos, sus valores y las contradicciones que implican.
Si pensamos en la familia holofrase, como la condensación de funciones complejas en un solo elemento, sin espacio para la "particularidad residual", es interesante situar este uso del guión en el trabajo con el niño - sus padres. El niño no está solo, se las arregla con los elementos que tiene en juego, y depende de ellos las modalidades de que algo pueda instituirse, inscribirse. Dar lugar a lo que del niño y a lo que de cada uno de los padres perturba, sin convertirlos en una sola cosa que la crisis destaca.
A partir de aquí, podemos retomar la pregunta: ¿Qué es la familia que nos interesa en psicoanálisis? Laurent lo dice bellamente: "la familia, propiamente hablando, sólo es digna y respetable si puede ser un lugar donde cada uno pueda encontrar un espacio para su particularidad residual"[11].
Podemos llevar esta afirmación un poco más allá y decir que este es precisamente el rol de un niño en el análisis. Que pueda encontrar un espacio para su particularidad residual, ella y los padres, si es posible. Que el niño no sea el eco de lo que se dice de él, sino que sea capaz de escucharse a sí mismo y hacer resonar el decir que trae con su síntoma. Alojar sus palabras, captar la singularidad de su sufrimiento y malestar. Es relevante centrarse en el lugar que un sujeto ocupó en el deseo de su madre, pero, sobre todo, "Se trata de dar todo su alcance al valor de las palabras, a los significantes, en tanto que determinan funciones o lugares, pero que inciden en el cuerpo en el trabajo con el niño". [12]
La "familia" ya no es un significante dado de antemano como inscrito en lo simbólico, ya sea por filiación o por alianza[13]. No es que no exista, pero no es un significante dado de antemano. Orientarse por la opacidad implica cernirla: "articular a un borde de semblante lo inarticulable, advertir su ex-sistencia para convivir lo mejor posible con el goce opaco de nuestro síntoma".[14]
Introducir ese rasgo de unión-separación que permite el síntoma y la apertura al inconsciente desde el que opera, y que toma en cuenta el malentendido del que nacimos. El guión no deja de ser un espacio que se introduce para que algo se inscriba, en el mejor de los casos, en la intersección que funda la relación entre el niño y sus padres. El niño - sus padres, quienes quiera que sean ellos.
Traducción: Tainã Rocha
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