LA PARENTALIDAD VERSUS EL MALENTENDIDO
_Blanca Sánchez

La incidencia de las tecnociencias en la filiación, junto con las novedades que se introducen desde el plano jurídico, han hecho estallar las configuraciones familiares. Esa pluralidad ha llevado a que se hable ya no de parentesco sino de parentalidad, para hacer referencia a toda clase de familias. Al no saber si estamos frente a padres, madres, padres y/o madres de adopción, de gestación, de subrogación, si se trata de una pareja homosexual, si el niño es criado solamente por un ser hablante, la parentalidad permite nombrar ese costado real de la familia englobando así su pluralidad.

En nuestra época, la voz de mando no la tienen los S1, sino que lo que comanda es el goce, que dicta la ley por sobre toda forma de Ideal. La familia no escapa a este régimen, pues lo que la funda ya no son los pactos de alianza, los lazos de parentesco, ni el Ideal, sino el niño, que carga sobre sus hombros construirla e intentar distribuir los nombres de padre y madre. Y no hay ficción jurídica, científica, sociológica, literaria o de coaching que lo alivie de semejante peso. Sean cuales fueren los modos de hacer pareja de los padres, el nacimiento definirá la parentalidad, por eso el niño mantendrá juntos parentalidad y sexualidad. De este modo, el estatuto de la familia ha cambiado, y también el del niño, que queda reducido a ser el niño objeto de la familia, y por qué no también, de la civilización: el niño como objeto a liberado.

Pero ocurre que "el niño como objeto enloquece a las normas, hace aparecer el carácter ficcional de las convenciones". Es por eso que entonces surgen los discursos que intentan construir ficciones parentales,[1] que ofrezcan a los padres "desesperados" y "desbrujulados" un saber hacer con el niño. La hipermodernidad, entonces, al revelar el carácter de semblante que tienen los lazos familiares, por un lado, escupe un significante en lo real, un neologismo como la parentalidad ‒les mapadres en una versión más latinoamericana‒ pero, por el otro, nos muestra cómo "sobre esa inconsistencia de la familia postmoderna respecto de lo simbólico se abalanzan los discursos de ayuda a la parentalidad".[2]

Quisiera detenerme en la denominada crianza respetuosa y la crianza del apego,[3] pues cada vez se ve más en los consultorios familias que han decidido adoptar estos métodos, con las consecuencias que a veces se desprende de ello. Madres angustiadas ‒¿por la falta de la falta?‒, niños angustiados, o a veces desbordados, que llevan la marca de una separación del Otro materno bastante dificultosa.

La crianza respetuosa parte del supuesto de que las pautas tradicionales o las costumbres sociales confunden a los padres y muchas veces son violentas. Por eso, proponen una manera de educar a los hijos algo diferente de los estándares conocidos de la tradición. Se basa en la teoría del apego de John Bowlby, y sus cuatro características fundamentales: el mantenimiento de la proximidad; el refugio seguro (ofrecer una figura para sentir seguridad y comodidad); la base segura (que el niño pueda explorar el ambiente sin sentir peligro); la angustia de separación que, sostienen, "no es una característica generada por el sentimiento de apego sino por su ausencia". Exactamente lo opuesto que sostendríamos desde el psicoanálisis lacaniano. Las 8 B de la crianza del apego del Dr. William Sears ‒principios básicos que comienzan con la B en inglés‒ se desprenden de estas cuatro características, entre los que encontramos el fomentar el contacto con la madre para crear lazos afectivos desde el nacimiento, la defensa a ultranza y a como dé lugar de lactancia materna ‒más allá del deseo o no de la madre de amamantar‒ llevar al bebe encima al cobijo del padre y de la madre, dormir con el bebé (colecho), que los dos miembros de la pareja ‒si los hay‒ estén implicados en la crianza y el cuidado del bebe, en atender su educación y en los valores que quieren transmitir, entre otros.

Tal como afirma Lacan, "lo que conviene indicar aquí es, con todo, el prejuicio irreductible con el que se grava la referencia al cuerpo mientras el mito que cubre la relación del niño con la madre no sea levantado", "fantasma postizo de la armonía alojada en el hábitat materno".[4] Más que armonía entonces entre la madre y el niño, el riesgo es que el cuerpo del niño lleve la marca del goce de la madre y no la del deseo. Cuando más allá del niño no hay algo que responde por el goce de la madre como goce de una mujer, es el cuerpo del niño el que puede venir a responder de ese goce. Si no es el falo quien transfiera ese valor de goce fuera del niño en un goce sexuado, el cuerpo del niño va a funcionar como condensador de goce, como lo inanimado del objeto para el Otro materno. O bien como completamente desbordado por un goce que no se puede regular.

El ser hablante es hijo del malentendido de dos que no se entienden ni se escuchan,[5] padece del trauma de ser o no deseado, así que ninguna ficción sobre cómo criar a los hijos, ni sobre cómo denominar a la familia podrá dar cuenta de ese punto de real, de deseo y de goce, del que nace un niño, de ese real del desencuentro de los que se conjuran para la reproducción, sea la cantidad que fuere o el método que se elija. En el malentendido entre los goces donde no puede escribirse la proporción entre goce masculino y femenino, se aloja la desunión estructural entre esos dos que hablan: la no relación sexual. En ese sentido, el niño habita el lugar de su desunión, habita la hiancia irreductible del diálogo imposible entre los sexos.

La parentalidad como sintagma puede conducir a borrar algo más que la diferencia entre los sexos, puede obturar la diferencia de la singularidad de la enunciación del o los parlêtres que asumen la crianza de un niño. Por otra parte, corroboramos que algunos discursos sobre la parentalidad pueden hacer consistir los lazos de dependencia, o sustituir los significantes particulares que se transmiten en ese grupo familiar.[6] Solo alojando el malentendido podrá la familia hacer la transmisión de lo que conviene al ser hablante: la de un cuerpo como portador de la dignidad del sujeto en su singularidad ineliminable, atravesado por las marcas del deseo y los signos del goce de aquellos que lo recibieron en su acceso a la vida.

NOTAS

  1. Laurent, E., El niño y su familia, Colección Diva, Bs. As., 2018, p. 101.
  2. Roy, D., "Padres exasperados-niños terribles", texto de orientación hacia la 7ma Jornada del Instituto Psicoanalítico del Niño.
  3. Se ha consultado para algunas precisiones sobre el tema: "Conozcamos qué es la crianza respetuosa y celebremos su día", en línea, en https://www.doctoraki.com/blog/bienestar-y-salud/crianza-respetuosa-que-es-y-sus-8-claves/; "Las claves de la crianza respetuosa", en línea, en: https://www.diainternacionalcrianzarespetuosa.org/las-claves-de-la-crianza-respetuosa/; "Teoría del apego de Bowlby. Etapas y características", en línea, en: https://awenpsicologia.com/teoria-del-apego/
  4. Lacan, J., "Alocución sobre las psicosis del niño", Otros escritos, Paidós, Bs. As., 2012, pp. 387-8.
  5. Lacan, J., "El malentendido", clase del 10 de Junio de 1980, seminario "Disolución", inédito.
  6. Roy, D., op. cit.